Hay
veces que ya no puedo con tanta
tristeza,
y entonces te recuerdo.
Pero
no eres tú. Nacieron cansados
nuestro
largo amor y nuestros breves
amores;
los cuatro besos y las cuatro
citas
que tuvimos. Estamos tristes.
Rubén Bonifaz Nuño

Pasados unos quince minutos te
levantas de prisa, corres al baño, te cepillas y vuelves para besarme. Te
marchas a preparar el desayuno y yo me quedo sin ti, mirando el empastado del
techo. Y te recuerdo. A unas butacas de la mía, cuando te conocí, sin poder ver
tus ojos. Esas gafas humeadas, esos ropajes tan excesivos para tu talla, ese
escondite perfecto. De cualquier forma, yo supe desde siempre que tu mirada húmeda, por el recuento interminable de las causas
de tu nostalgia crónica, esa que empleabas como pretexto para darte a la farra.
Era una lucha, la tuya, emprendida con güisqui y cerveza en contra de fantasmas.
La delicia de verte siempre silente, hasta que los tragos te hacían hablar. Y,
entonces, escucharte perorar sobre tus interminables y siempre consistentes
posturas políticas, aderezadas con dosis discretas y punzantes de humor negro. Tus
entrañables discusiones con meseros.
Me llamas a gritos, frunzo el ceño,
sabes que odio los gritos, así sean con móviles alimenticios o románticos. Me
vuelvo a los recuerdos y me pongo feliz. Ya no me importa tener que desayunar
hot cakes con miel artificial. Más petróleo azucarado, te digo, y te ríes con
los ojos. No hay remate con cereza, ni formas de corazón. No me hablas. Mascas
mientras lees el diario de ayer. Casi no como. Te arranco el suplemento de
viajes. Te imagino tumbada al filo del Pacífico, pensando en el anochecer en
una isla del lejano oriente, rumiando versos de Li Po traducidos al inglés. Te
propongo regresar a la cama, me dices que estás cansada. No hablo de sexo, sino
de amodorramiento, pero nada te aclaro. Me fastidia tu ritmo con el que friegas
los platos. Me prendo un cigarro y vuelvo sobre un texto que abunda sobre
mausoleos de pretéritos poetas persas.
Dejas
los quehaceres y calas de mi cigarro. Me plantas la media sonrisa a casi golpe
de nariz. Vamos a caminar, me ordenas. Me animo. Charlamos de tu tesis, busco
observaciones punzantes, pero nada te enciende. A la vuelta, me pides que saque
la basura y te plantas frente al computador. Te aprovisionas de tabaco y abres
la ventana. Ya no quiero mirarte. Mejor te recuerdo. Comprendo que no escucho
ni el tic tac del teclado. Termino esta nota, doy “guardar como”, y preservo el
documento como Sueño del 14-11-2000.doc.