Juicios y prejuicios estéticos
Batalla en el cielo
2005
Dirección: Carlos Reygadas
2005
Dirección: Carlos Reygadas
Guión: Carlos Reygadas
Fotografía: Diego Martínez Vignatti.
Música: John Tavener.
Montaje: Benjamin Mirguet, Adoración G. Elipe y
Nicolás Schmerkin.

Lo que ofrece Reygadas no es
una representación de la ciudad de México y de algunos de sus protagonistas,
sino un juicio profundo, sutil y afinado sobre la realidad en México. Una
historia en medio de dos felaciones. Marcos opta por plagiar a un bebé con
resultados funestos. En el tránsito del arrepentimiento, Marcos se halla sumido
en las honduras de la vida: las complicaciones cotidianas, los vericuetos de la
vida conyugal y el amor y el deseo por una joven de la alta sociedad. Esta
trama sirve para enjuiciar a una ciudad, las interrelaciones sociales orientadas
por la desigualdad y algunos chiches de la mexicanidad (el ejército, el culto
guadalupano, la bandera, el devenir en el Metro).
El modo de contar de Reygadas
no está exento de hacer que el cine haga afortunados interlocuciones con las
artes plásticas (Bellini, Klein, Vermeer)
o la música (Bach). En especial, destaca como algunas de las escenas más
importantes parecen situarse en espacios que evocan El vacío, la inmensa galería completamente vacía y pintada de
blanco que Yves Klein presentó en 1958.
El mérito mayor está en el alto
grado de indeterminación que la cinta contiene y que permite al espectador
completar el sentido de la película con sus propias experiencias y posiciones
estéticas y éticas.
Puede ocurrir que para casi
todos sea aceptable y “bella” una escena bien retratada de sexo explícito entre
una pareja matrimonial que guarden una “adecuada” apariencia física. Incluso,
la escena puede ser leída como una muestra no sólo del buen erotismo, sino del
amor. Pero, qué sucede si el matrimonio lo forman dos personas excesivamente
obesas, de pieles sudorosas y morenas. ¿Se acabó la belleza? ¿Es imposible
hacer un retrato artístico del amor carnalmente expresado entre seres
engordecidos y ennegrecidos?
Más aún, ¿qué ocurre si la
escena es ahora entre una hermosa, ebúrnea, esbelta, bien formada, adinerada,
agringada, fresa y patronal joven y un horrendo, moreno, gordo, miope,
empobrecido y proletario hombre maduro. ¿Será inaceptable para los ojos de
espectador, para su entendimiento, que una burguesita se meta con un arruinado
chofer? ¿Será que lo estético es incompatible con las diferencias sociales?
¿Qué es inadmisible, que una mujer hermosa se líe con un hombre feo o que una
mujer en todas las cúspides de la dominación —el dinero, la edad, el color de
la piel, la posición social, la educación, la apariencia— se arrodille para
satisfacer los deseos carnales de un hombre en la antípoda de las diferencias?
¿Será que las diferencias materiales y de clase social son las que dominan
nuestro sentido del gusto?
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