diciembre 19, 2011

Yo no me metí en eso


Yo terminé la primaria por allá del cincuenta y tres. Ya no hice más estudios. Cuando yo salí del pueblo, a la edad de quince años, trabajé en albañilería; hasta que ingresé a trabajar a una editorial, Editorial El Volador, se llamaba. Entré como cargador; luego, obrero común, ayudante de almacén, así, hasta un día me consideraron y por eso estuve como encargado del almacén. Me aprendí todos los títulos de las tarjetas, que eran como dos mil. Aprendí a manejar la máquina de escribir, empecé a tomar lectura, a escribir mejor, a redactar una tarjeta, un memorando, eso, cosas sencillas.
         Para ese tiempo una secretaria me dijo:
         —¿No se molesta, don Pascual, si lo corrijo?
         —No, claro que agradezco que alguien se vaya a preocupar por mí.
         —Es que usted pronuncia ‘medecina’ y no es ‘medecina’, es ‘medicina’, un derivado de médico.
         Y yo le dije que decía ‘medecina’ porque yo soy de la raza ñañhú y se me dificulta el español.  Entonces, ella me dijo “lea un libro, lea esto”, y yo le dije ‘voy a ver si puedo’, Y luego empecé a leer. Tenía amigos psicólogos que me decían ‘lea este libro’ y empecé a leer de psicología y me di cuenta que podía autoanalizarme, que yo soy el culpable de estar en donde estoy. Y le entré más a la lectura, porque me di cuenta que eso me desarrollaba más, ya tenía más capacidad para defenderme y esa razón fue la que me metió a la lectura.
Nacho López, Campesino leyendo un periódico, 1949 
         En la editorial se hacían miles de libros. Y eso me enseñó a ver la lectura. Yo escuchaba como hablaban los compañeros que trabajan en la oficina, que viajaban, y yo iba a tras de su nivel, por eso me interesó a leer. Aprendí a escuchar y enterarme más en la lectura, allí había muchos libros. Alcancé a rescatar unos libros, cuando al final me interesé en leer. Leí la historia universal en dieciocho tomos, leí los dieciocho tomos, por eso me doy cuenta que la política está fallando en México, me doy cuenta que es una burla lo que están haciendo. Ahora estoy leyendo México mutilado, y acabo de leer Ángeles y demonios, El código da Vinci, que van compaginados; también he leído de Coelho, he leído dos o tres libros. A mí me gusta mucho leer de psicología y filosofía, me gustan mucho. Y ahorita ando metido en política, porque tengo un grupo de jubilados, soy el presidente, para apoyos.
         Ya no leo tanto, porque ya me canso, tengo la cosa que de repente me quedo dormido, ahora lo que hago para ver a dónde voy es que voy palomeando la página para ver a dónde voy leyendo. La lectura no me ha dejado que yo pueda escribir mejor, pero sí escribir con ortografía mejor posible; saberme expresar, saber dialogar, no meter palabras erróneas, que todavía salen, porque es imposible de corregir un defecto que viene de marginación, porque de joven viví marginado: “confórmate con esto, ya no busques más”, me decían en el pueblo. Mi madre no tenía la capacidad de superarse, no la tuvo, ella fue analfabeta y conformista. En mi casa no hubo libros, pero yo fui a estudiar porque yo quise. La lectura me ayudó a salir, y desde que ya pude desarrollarme y no ser como veo a las personas del pueblo que se quedaron, estaría igual que ellos, peor que ellos.
         Mi padre nos abandonó, yo me fui a trabajar a México, yo no fui drogadicto ni alcohólico, ni ratero, que todo eso yo lo conocí, conocí de la vida de la farándula, de prostitutas, eso a los quince o dieciséis años, a ser mantenido de las prostitutas, y no fui eso, y lo logré, quitar de mi vida eso. 

diciembre 04, 2011

El lector invisible



A la memoria de Daniel Sada

Nadie le habla, quiero decir, nadie habla con él en serio, porque todo el mundo lo enfrenta con asco y desprecio. La versión familiar resolvió todo para siempre en una cadena del infortunio: el abandono de la universidad, su regreso al pueblo y la entrega de su vida al caos que organiza el alcohol. Nadie nunca habla del accidente ni de la pérdida del ojo: nadie se anima a poner en palabras cómo se formó el monstruo.

         Desde niña aprendí a no verlo de esa manera. Cuando todavía se ocupaba de hacer el pan, yo iba a buscarlo a la panadería a la salida de la escuela, él me preguntaba qué es lo que había visto en clase. Y me decía que no les creyera nada a las monjas, que dudara siempre de lo que me dijeran y me recomendaba que rebuscara en libros: Allí verás como todo es mentira, me decía.

Cyclops por Odilon Redon
         Sin que yo deje de verlo como un cíclope entorpecido, soy la única que reconoce en él a un bibliófilo que aguarda agazapado detrás de la facha de infeliz y de desvariado: un intelectual travestido de desorbitado indigente. No sé cómo, porque yo nunca recuerdo haberlo visto leer, pero reconozco perfectamente que su tragedia no se completó con la severidad de su alcoholismo, ni con la mendicidad de sus días. Su aparente renuncia a la vida parece cifrada en el abandono a leer y posiblemente a escribir. Yo pienso que fue una renuncia imposible, porque si bien no ha vuelto a tomar un libro, creo que no ha dejado de leer: su trabajo sigue estando en recrear mundos ficticios. Quizás beba para hilar de otra forma las ficciones. A cambio de no poder urdirlas con libros, empuja las lecturas del pasado con el desvarío etílico. Para todos, su vida es un delirio sin fin, un manojo de desatinos, porque nadie, desde luego, advierte que él es un ser colmado por personajes literarios, un punto de concentración de un mundo fictivo. Es el resultado extremo de una vida recluida en una práctica de lectura que ya no tiene que ver con pasar la vista por las páginas, sino con encarnar a toda hora las vidas encerradas en ellas. Nadie logra ver esa espesa teatralidad que abarrota todos sus diálogos, ni alcanzan a discernir que quien habla es ese contra-héroe previsto por Barthes: el lector entregado a soportar la contradicción sin padecer vergüenza.

         Nadie puede ver todo eso desde la plenitud de su par de ojos y su cultivada ceguera cotidiana. De eso estoy segura.