enero 31, 2013

Punto doc





Hay veces que ya no puedo con tanta
tristeza, y entonces te recuerdo.
Pero no eres tú. Nacieron cansados
nuestro largo amor y nuestros breves
amores; los cuatro besos y las cuatro
citas que tuvimos. Estamos tristes.
Rubén Bonifaz Nuño

Abro los ojos y me encuentro con tu espalda. Te rodeo con mis brazos, te hago despertar, voltear, hasta que topo con tu cara y me pongo a decirte ‘te amo’. Mi aliento te hace poner una breve mueca, casi inaudible, pues enseguida destuerces la cara hasta dejar tu boca en una media sonrisa. No me dices nada. Te vuelves hacia la ventana y te acurrucas sin mí. En el reflejo del vidrio veo una cara en la que yo leo la seguridad de que me tienes para siempre. Me levanto sigiloso, vuelvo a la cama, me meto con cuidados extremos entre las sábanas.
            Pasados unos quince minutos te levantas de prisa, corres al baño, te cepillas y vuelves para besarme. Te marchas a preparar el desayuno y yo me quedo sin ti, mirando el empastado del techo. Y te recuerdo. A unas butacas de la mía, cuando te conocí, sin poder ver tus ojos. Esas gafas humeadas, esos ropajes tan excesivos para tu talla, ese escondite perfecto. De cualquier forma, yo supe desde siempre que tu mirada  húmeda, por el recuento interminable de las causas de tu nostalgia crónica, esa que empleabas como pretexto para darte a la farra. Era una lucha, la tuya, emprendida con güisqui y cerveza en contra de fantasmas. La delicia de verte siempre silente, hasta que los tragos te hacían hablar. Y, entonces, escucharte perorar sobre tus interminables y siempre consistentes posturas políticas, aderezadas con dosis discretas y punzantes de humor negro. Tus entrañables discusiones con meseros.
            Me llamas a gritos, frunzo el ceño, sabes que odio los gritos, así sean con móviles alimenticios o románticos. Me vuelvo a los recuerdos y me pongo feliz. Ya no me importa tener que desayunar hot cakes con miel artificial. Más petróleo azucarado, te digo, y te ríes con los ojos. No hay remate con cereza, ni formas de corazón. No me hablas. Mascas mientras lees el diario de ayer. Casi no como. Te arranco el suplemento de viajes. Te imagino tumbada al filo del Pacífico, pensando en el anochecer en una isla del lejano oriente, rumiando versos de Li Po traducidos al inglés. Te propongo regresar a la cama, me dices que estás cansada. No hablo de sexo, sino de amodorramiento, pero nada te aclaro. Me fastidia tu ritmo con el que friegas los platos. Me prendo un cigarro y vuelvo sobre un texto que abunda sobre mausoleos de pretéritos poetas persas.
            Dejas los quehaceres y calas de mi cigarro. Me plantas la media sonrisa a casi golpe de nariz. Vamos a caminar, me ordenas. Me animo. Charlamos de tu tesis, busco observaciones punzantes, pero nada te enciende. A la vuelta, me pides que saque la basura y te plantas frente al computador. Te aprovisionas de tabaco y abres la ventana. Ya no quiero mirarte. Mejor te recuerdo. Comprendo que no escucho ni el tic tac del teclado. Termino esta nota, doy “guardar como”, y preservo el documento como Sueño del 14-11-2000.doc. 

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